Immagini della pagina
PDF
ePub

El Hombre.- ¿Y él?

La Histérica. Es un funcionario.
El Hombre. ¿ÉI no tiene sed?

La Histérica. A él le gusta el orden, la tranquilidad. En fin, no es un artista... Por el modo con que usted miraba a los muchachos árabes que se atropellaban a la llegada del tren, yo me he preguntado si usted no sería un pintor. El Hombre. No, no.

[ocr errors]

La Histérica. - Perdone mi curiosidad. ¿Por qué viaja usted?

El Hombre. — (Brutal.) Para huir de las hembras.

La Histérica. (Absorta.) ¡Oh!... ¿Hay una mujer que le persigue?

El Hombre. - Muchas.

La Histérica. (Bajando los ojos.) Debo decirle... las comprendo.

que

El Hombre. - Gracias.

La Histérica. Es raro... En otro hombre, esta

rudeza me

sorprendería. No la toleraría. En usted, en lugar de repeler..., atrae.

El Hombre. Lo sé.

[ocr errors]

La Histérica. Tengo la impresión de que usted lo quiera, podria ofender a una

no

El Hombre.

[ocr errors]

La Histérica.

a una mujer.

que, aun

que

eso.

Sin embargo, me ha sucedido Porque ha tratado usted con necias. Pero nunca una mujer algo fina podría ofenderse por sus sarcasmos... Por eso, yo... ¡Oh! Es estúpido lo iba ahora a decir... A mi, que soy una persona más susceptible, me gustaría que usted me tratase duramente. (Inclinada hacia él.) Injurias, groserias, usted puede decirmelas. De antemano le perdono...

El Hombre. Señora, yo soy incapaz de eso. La Histérica. (Suspira, decepcionada, y bebe. Un silencio.) ¡Qué calor! Se bebe el fuego se mete más adentro. (Se levanta Y y se tamba

Y

para

refrescarse...

lea. Él la sostiene maquinalmente. Ella se apoya en la mesa, medio desvanecida.)

El Hombre. -¿Qué tiene usted?

La Histérica.- Me da vueltas la cabeza... Es ese vino blanco... Y, luego, la mano de usted en mi brazo... Era como un cepo de acero. (Ríe nerviosamente.) ¡Me sentía cogida en el cepo! (Calmándose.) Estoy muy nerviosa, en este momento. (Va hacia la ventana.) ¡Oh! Toda la ciudad está envuelta en una nube de polvo amarillo. ¡Qué siroco! ¡Yo que quería enseñarle a usted los souks! No se puede salir. ¿Duerme usted la siesta?

El Hombre. - Cuando puedo.

La Histérica. Yo también, siempre que puedo dormir. Hoy no cerraría un ojo. ¿Juega usted a la baraja?

unos

ΕΙ

El Hombre.

La Histérica.
versos?

El Hombre.

-

La Histérica.

hasta la hora de comer?

El Hombre.

No.

[ocr errors][merged small][merged small][merged small][merged small]

que antes

de

en

(Después de mirarla con desprecio, con una tranquila brutalidad.) ¡Basta de charla! Desnúdese usted. ¡Como si no supiese usted cinco minutos estaremos en la misma cama! ¿Cree que no la conozco? La primera luz del alba me la ha revelado. Al primer vistazo, he descifrado la tontería de usted; la palidez de su carne y sus deseos. Ninguna mujer parecida a usted se me acercó sin ofrecérseme. Y yo las he poseído, porque hay mi cierta debilidad que yo he llamado mucho tiempo fuerza, y que aún no comprendo. Usted está ya medio desvanecida bajo mis injurias. ¡Ellas le queman el alma, como la menor caricia le quema el cuerpo! Dentro de un instante, perderá usted la conciencia y la mirada. Los ojos se volverán hacia los demonios interiores, morderá usted, se sofocará, como un animal contagiado de hidrofobia... Y pasado un cuarto de hora, esconderá usted de nuevo, bajo palabras hipócritas, su ardor renacien

te... No espere de mí ni bondad, ni dulzura, ni mentiras. Me es tan imposible dolerme de usted como quererla. No puedo hacer sino prestarme a su locura. No puedo mentirle, como he mentido a las otras. El deseo de la verdad se hizo en mí tan fuerte como el deseo. ¡Desnudese!

La Histérica.— (Débilmente, arrastrándose a los pies del Hombre.) Las cortinas... Corra usted las

cortinas.

El Hombre.

La Histérica.

[blocks in formation]

El Hombre. Las cortinas pueden quedar abiertas. (Se abrazan.)

H.-R. Lenormand.

(Continuará.)

Notas

ENRIQUE CASAS: Las ceremonias nupciales. Estudio de los ritos de profilaxis sexual privada y pública. (Editorial Páez. Madrid, 1927.)

E

en

un

que va

pre

L autor no ostenta pretensiones de contener en el estrecho recinto de libro el océano de observaciones y teorías publicadas lo de siglo, acerca, no tanto de las ceremonias nupciales, cuanto de la profilaxis sexual privada y pública, siempre que por profilaxis se entienda, no la médica servación de enfermedades sexuales, sino la de los supuestos peligros que las relaciones entre los sexos llevan consigo, pues que primitivos, ignorantes de la existencia de los microbios, sólo luchan contra los espíritus malignos. De aquí que se preigualmente de los contactos de sanos que de enfermos, sin más distinción, en tanto la higiene sólo pone en guardia contra los últimos.

los

serven

que

Casas se muestra dolido de la desventura de ha sido acompañado el estudio de los ritos sexuales, pues aún siendo ya numerosas las monografías en que se registran las ricas variantes de las costumbres nupciales, está todavía, en su opinión, por aparecer el trabajo de síntesis lograda de condigna

y

competencia de calidad-que haya conseguido «reconstituír, por estos fósiles del pasado, un tipo de cultura elevadisimala cultura sexual-que, arrancando de las épocas de celo y diferenciándonos de los demás animales» - bien por desequilibrios nerviosos, provocados por estos excesos mismos, según el autor imagina, o por otras causas que no hay por qué discutir ahora —, ha civilizado las meras relaciones sexuales, de puro origen biológico, al extremo de alzarlas al rango de relaciones sentimentales.

Nuestra vida, en el orbe sexual, ligada primigeniamente con el concierto del Cosmos, parece mostrar callados, pero patentes, anhelos de independencia. En el transcurso de este devenir sin detención, se hace patente una situación vagamente religiosa, expresión exterior y manifiesta en que se ostenta lo que en todo tiempo y lugar el hombre tiene de metafísico, deseo irresistible, y a veces impetuoso, de superar, por un mecanismo, más o menos consciente, de liberación, la física terrestre.

se

El empeño principal del libro presente de Enrique Casas limita a recoger numerosos testimonios del temor a las relaciones sexuales, del cual se han originado infinitas costumbres «envasadas con rótulo equivocado». El autor trabaja por trasegar su contenido a vasijas adecuadas devolver el envase

inconveniente.

Y

Para Casas, de esta época cultural datan, y lo corrobora con aseveraciones de extrema agudeza, las invenciones anónimas de la humanidad - obtención del fuego, domesticación de los animales, cultivo de la tierra-«que han hecho carrera y las patenta hoy la ciencia por las aplicaciones prácticas que encontraron, pero sin fueran buscadas». De esta misma época data la revolución sentimental más grande que han visto los siglos: el horror al incesto, que arrinconó a lo inconsciente gustos heredados y abrió en los sentidos aduanas estéticas para el comercio sexual con extranjeros».

que

va

De la misma época arrancan las ceremonias nupciales, cuna sexual que por inmunizar las relaciones entre dos (monogamia) o más (poligamia) personas, concedia privilegio de per

« IndietroContinua »