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más a mano es que este pobre señor se encuentre de buenas a primeras un granuja redomado y con unas mozas del partido que a él le figuran personajes de sus libros. El efecto cómico es infalible apenas la gracia del escritor acierte a desarrollarlo.

se

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tía

Pero ocurre de repente algo extraño. Entre el alma del escritor y su monigote se acorta levemente la distancia. Una modificación apenas consciente de una simpaque vence la separación irreductible de la caricatura, un movimiento nacido en la idiosincrasia espiritual más íntima de Cervantes. Y el esquema va paulatinamente animándose con la movilidad fluyente de la vida. No desaparecen las líneas del quieren, poco a poco, un carácter diverso. El contraste pierde su dureza de blanco y negro, y el apoyo en la picaresca se hace, progresivamente, menos necesario. Cervantes descubre un fondo nuevo que hace menos cruda la transición entre el mundo imaginario de

esquema, pero

ad

su

héroe el de las
Υ

Y

paso

personas

Y

en

en

fondo cuerdas, un que ilusión y realidad se compenetran y confunden fronteras indecisas movibles: el alma de Sancho Panza. El hallazgo resulta emocionante. Por la vereda del cuento chusco, Cervantes había dado con una posibilidad misteriosa del espíritu, que sólo un azar semejante podía descubrir. La invención de Sancho iba a permitirle el de la caricatura al humorismo, como postura radical clásica ante los valores de la vida. Y en este tránsito se encuentra el brote íntimo de su genialidad creadora. La figura del primer ventero no pertenece estrictamente a Cervantes. Es un maniquí cualquiera tomado al repertorio de la picaresca contemporánea en los confusos adormilados tanteos de los primeros capítulos. Hay en el alma de Cervantes tal prontitud de intuiciones espontáneas que, apenas puesto en acción su personaje, la tensión creadora misma hace irrumpir el instinto propio, quebrando las formas rígidas del tópico. El encanto del Quijote y su fuerza más definitiva consiste en esa espontaneidad siempre despierta que va modificando continuamente el tema. La aventura del que avanza por una tierra antes incógnita. Acaso por única vez en su vida de escritor fué Cervantes radicalmente libre, posibilidad divina que, en su plenitud, a pocos está reservada. Esta libertad suya es el don recibió del espí

Y

que

ritu en el esfuerzo creador de aquella miserable venta manchega, donde un viernes de julio no había otra cosa de comer que «unas raciones de pescado que en

Véase El pensamiento de Cervantes, de Américo Castro.

Castilla llaman abadejo y en Andalucía bacallao y en otras partes curadillo y en otras truchuela». (Se

ve que

Cervantes conocía a fondo la sinonimia de este género alimenticio.) Allí nació el verdadero Don Quijote, porque allí nació Sancho.

En efecto: «La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo y tan alborozado por verse ya

por

armado caballero,

que

que

el

le reventaba las cinchas del caballo. Mas gozo viniéndole a la memoria los consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias había de llevar consigo, especialmente la de los dineros Y camisas, determinó volver a casa y acomodarse de todo de escudero, haciendo cuenta de recibir a

un

su

suyo que era

Y un labrador vecino pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería.»

Esta vaga presentación del personaje, sin nombrarlo, sin la más leve alusión a su carácter, confirina lo fortuito del hallazgo. Cervantes entrevé una posible prolongación de las aventuras de Don Quijote al mismo tiempo que descubre oscuramente el instrumento indispensable para ello. Sancho no principia siendo, como Don Quijote, un esquema previo a la creación, producto de la creación misma, una necesidad surgida en la actuación del esquema. Se siente el pasaje citado; se comprueba más adelante, al seguir los primeros contactos entre Don Quijote y Sancho en el capítulo VII.

sino un

en

Sería interesante ver ahora cómo el humorismo de Cervantes, nacido en la venta del abadejo, alcanza su

con

la en otra venta, la de Juan

una

culminación esplendorosa Palomeque, el Zurdo. Por un arranque de frenesí dionisiaco, el genio de Cervantes consiguió en ella la fusión de todas sus contradicciones. Sólo en venta podía él exaltarse con seguridad tan regocijada, plenitud tan valiente, con audacia tan entera, para superar todos los miramientos literarios y sociales. La venta de Juan Palomeque, el Zurdo, miserable Y desguarnecida, quedó para siempre, merced a este ímpetu gigantesco, a la altura de los cuerdos sin ocaso. Y en la pendencia del yelmo cala Cervantes la cumbre, sólo él accesible, del

para

re

es

humorismo que tornasola entre la chacota popular y el misterio; profundo o superficial, según os plazca. Pero la tarea resultaría demasiado ardua y es forzoso aplazarla para otra coyuntura.

Dibujos de Luis Quintanilla.

Angel Sánchez Rivero.

Y

que

que

la

Los dibujos que ilustran este artículo, son trasunto parcial de unas vistas dibujadas por el florentino Pier María Baldi en la segunda mitad del siglo XVII. Este artista formaba parte del séquito que iba acompañando a Cosme de Médicis, príncipe heredero de Toscana, que por los años de 1668 a 1669 atravesó la Península, después de desembarcar en Barcelona. De Barcelona vino a Madrid, por Zaragoza y Guadalajara, de Madrid bajó a Andalucía. A su paso por la Mancha se alojó las en ventas aquí reproducidas, cuya situación, sobre todo la en encabeza el artículo, coincide aproximadamente con la los datos del Quijote nos permiten atribuír a venta de Juan Palomeque. Claro que no es posible una identificación concluyente, pero, de todos modos, presentan la imagen más aproximada de las ventas cervantinas. El lector podrá actualizar fácilmente en estos dibujos los diversos episodios del Quijote ocurridos en las ventas. Después de visitar Andalucía, el príncipe entró en Portugal por Extremadura, dirigiéndose Lisboa y continuando su viaje hacia el Norte, para entrar de España por Túy. Siguiendo el itinerario estuvo en Pontevedra, Santiago y Coruña, donde embarcó en un buque inglés para la Gran Bretaña. Recorrió más tarde Holanda, parte de Bélgica y Francia, y a a poco de regresar ocupó, al morir su padre, Fernando II, el trono granducal de Toscana,

nuevo en

con

el nombre de Cosme III.

enormes

La narración oficial de este viaje ocupa dos volúmenes manuscritos de la Biblioteca Laurenciana, de los cuales el primero comprende el trayecto por la Península. Ilustran esta parte ciento veintiséis vistas de grandes dimensiones dibujadas por Baldi, que también ilustró la referente a los otros países. Son de interés porque gran el dibujante tenía orden de hacer una vista de todos los lugares en que la comitiva se detenía a comer o dormir. De suerte el de las jornadas le ha obligado a conservar el recuerdo de lugares insignificantes que de otra manera no hubiesen merecido este honor. Tal conjunto de vistas nos presenta, sin duda, la visión más ínti

que azar

a

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