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PERSONAJES

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El Hombre. — El Amigo.- El Criado. — El Médico.. Luc de Bronte. - El Pintor.- El Acólito. - El Boticario. La Vieja. - Alberto.. Laura. La Ramera. La Histérica. Muchacha primera. - Muchacha segunda. - La Medium.- La señora Faturon.- La Secretaria.- El fantasma de la Alemana.- El fantasma de la Madre. - Comparsas.

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Un paisaje nevado, de invierno, en la alta montaña. Dos hombres en traje de punto verde Y amarillo siguen un camino abierto a pala en el flanco de una pendiente. Gastan botas amarillas, calzones de deporte, bastones ferrados. Plena luz del mediodia.

El Amigo. (Un joven de veintidós años, cuyos modales, ciertos gestos e inflexiones de la voz están copiados inconscientemente de los de El Hombre.) Por fin, ¿cómo ocurrió la cosa?

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cuerpo

modelado

por

que

El Hombre. (En la lozanía viril de la treintena. Un todos los deportes, incluso el de la galantería.) Había salido del hotel muy de mañana. El cielo tenía aún ese color limón los perezosos no conocen. La montaña parecía una osamenta gigante de plata y acero, con hondonadas de sombra, opacas, azulencas, como de metal. Se sentia un frío maravilloso. Yo subía por una de estas pendientes con mi saco a la espalda, cuando, de al borde de la pronto, zona iluminada el sol, se me apareció una casita. (Se acomodan en un banco verde. medio enterrado en la nieve.) En el umbral, frente a la luz, gallarda y fuerte como un joven arbusto, me miraba una mujer.

un

por

El Amigo. (Riendo.) Creo que si te paseases por los témpanos del polo, brotaría del hielo una mujer invitándote a seguirla. Si anduvieses de excursión por las estrellas, surgiría una belleza en el anillo de Saturno y te haría guiños para que subieras.

El Hombre. - Tengo olfato de tar mi caza. Pero, esta mañana, yo sólo iba

perro para despisa cazar aire puro

Y

soledad. Había dejado a Chiara hacia las tres, en ese momento de la noche en que se nos apodera el tedio de la mujer, de sus ojos en blanco, de sus gemidos y de sus espasmos. Yo gozaba del blanco desierto como de un gran cuerpo insensible la presión del

a

lo

cuerpo que goza.

El Amigo. Y sin embargo...

El Hombre.Si... Esa criatura me atrajo de pronto. Su áspera camisa de lienzo se entreabría sobre un busto tan erguido, tan firme como un pino. Sonreía. Me detuve ante ella, entré y, casi al momento, sin una palabra, la estreché como a un tronco de alerce. Tenía heno y la resina.....

su

amor el perfume del

El Amigo. — ¿Vive sola allá arriba? ¿Ni padre ni hermanos?

El Hombre. Los padres bajaron al pueblo para

una semana.

El Amigo. -¿Chiara

El Hombre. Sufre

7

no

sospecha?

por otras cosas.

El Amigo.- ¿La polaca? ¿La mujer del tren?
El Hombre. - Precisamente.

El Amigo. —¡No tardaste mucho en desembarazarte de ella!

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El Hombre. (Jovial.) Tres minutos. ¡Pero sólo nos habíamos acostado juntos tres veces! Cuando, en un vagón, una mujer desconocida os devora con los ojos, se emociona hasta las lágrimas cada vez que el tren pasa frente a un ternero

realmente joven o a un arroyuelo realmente azul; os estrecha los brazos en los túneles; declara, al llegar, que va a apearse en vuestro mismo hotel; os invita a subir a su cuarto; os recibe con el pelo suelto desnuda su Y su pecho al miraros, ¿qué debe uno hacer? Una noche de caricias paga largamente el deseo de una jornada. Los ángeles de lo inmediato no pueden aspirar a lo durable.

7

Tenía el aire de una reina

busca un

El Amigo. Cruzó ayer el comedor con un traje de azabache y oro. tesoro perdido.

que

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ga.

yo

El Amigo. -¿Qué dirías tú si la consolase? El Hom bre. Nada. Pero no creo que te convenEs demasiada hembra... Al amarla, se busca en vano su esqueleto. Los hombres como nosotros quieren presentir en sus brazos el soporte calcáreo de las diferencias, el patrón idéntico de los sexos.

El Amigo Sí, tú me conoces.

El Hom bre. Nos conocemos, Patricio.

El Amigo migo. ¿Sabes lo que pienso algunas veces? Pues que si pusiesen

en una

balanza los

del

goces amor y los de

es

la amistad, me sería dificil distinguir los más preciosos. Tengo la impresión de sin la amistad, no que, podría quizá existir el amor. Si nosotros no fuésemos, uno para otro, testigos de nuestras aventuras, perderían éstas su encanto y casi su realidad. Las mujeres, que nos reprocharían como traiciones nuestras confidencias, jamás comprenderán que al contarnos mutuamente sus debilidades les otorgamos la existencia. Por mi parte, todo lo que no te he confesado es como si no lo hubiese vivido. El Hom bre. También a mí me gusta revivir contigo mis noches. Nada me pesan las patrañas, las raterías, las estafas, las crueldades... Y, sin embargo, parece como si me redimiese de ellas al confiártelas. A veces, cuando pienso en las mujeres que veo padecer por mi causa, siento, no precisamente remordimiento, sino cierta especie de fastidio. Por más que ignore el sufrimiento, me lo represento bastante bien. Y me priva de infligirlo, es suficiente para, algunos días, oscurecer mi júbilo. Es como una presión que debilita el ímpetu, una pesadez que entorpece la sangre. ¡Ah, pero cuando he volcado en ti los llantos, las quejas, los reproches que me cuesta una ruptura, me siento de nuevo libre y ágil

si esto no

los veinte años!

como a

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fingimientos,

en esas

demoras

sus

hipocresías, en sus

que imponen a nuestro deseo,

aun cuando el suyo se nos haya anticipado! ¡Piensa en sus falsas enfermedades y, aun en los

astucias de alcaide,

en sus

sus

momentos de dicha, en sus quimeras, en inquietudes y en las complicaciones las saben entristecer la voluptuosidad!

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El Amigo. —¡Pienso que, sin ellas, el mundo estaría envuelto en un velo fúnebre!

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El Hombre. Cierto. El hombre sin deseos sería un cadáver que piensa.

El Amigo. - (Mirando en derredor.) ¡Ah, el sabor que tiene la vida en este país! Mira estas aristas de hielo. Parece que se van consumiendo en la luz... Aquí el varón se consume parejamente. (Silencio. Encienden cigarrillos.) ¿Sabes qué me decía ayer tu Chiara? «Si un dia se porta conmigo como los otros, me mataré en su presencia.»

-

El Hombre. Es una solución. Renunciará a eso cuando haya medido mi insensibilidad. Las mujeres

para

se matan

encadenar eternamente a su memoria a los hombres. To

Y

davía es preciso tener remordimientos recuerdos... Yo tengo pocos recuerdos. Y todos ellos son buenos. Tengo una criba la memoria que sólo deja pasar guijarros blancos. En cuanto a remordimientos... (Rie, burlón.) ¡No, conmigo, el suicidio no vale!

en

El Amigo, ¿Cómo vas a romper?

7

El Hombre. — Un viaje. Con ella Un viaje. Con ella no vale echarla. Es preciso la fuga. Las queridas me han hecho conocer el mundo. No es muy desdichada suerte la de visitar la India o la Persia, porque una señora se obstine en no darse cuenta. El Amigo. ¡La muchacha de la casita no viará tan lejos,

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El Hom Hombre. ¡Oh! Para ésa bastará París. (Mira el reloj.) Las tres. (Se despereza.) El

amor

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