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conservaron toda la palabra tal como la veían escrita, sin la menor alteración: artículo. La misma diferencia se puede notar entre el vulgar heñir de fingĕre y el culto fingir, pues éste no cumple con ia ley de la I enunciada en el S 181, ni con la del grupo ng del S 473, y sólo modificó la voz latina en la terminación, pasando el verbo de la conjugación en er á la en -ir. Intacto también queda el culto sexto, sexta de sextus sin cumplir la evolución indicada en el § 10 respecto de la ě, ni la del § 512, respecto del grupo xt, mientras el popular siesta sufrió todos esos cambios. Igual observación cabe hacer respecto del culto círculo y el popular cercha (§ 612), del culto cátedra y el popular cadera (§ 6 y 40 nota); y adviértase de paso, en cuanto á la acepción, que en los casos citados, en que un mismo tipo latino produjo una voz en boca del pueblo y otra en los escritos de los eruditos, la voz popular tiene una significación más concreta y material, mientras la culta la tiene más general, elevada ó metafórica.

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Pero las voces cultas, aunque apenas sufren alteración alguna en su paso al español, no pueden pasar intactas; y daremos aquí una idea de sus mudanzas para no volvernos á ocupar en ellas: se ha notado el cambio de conjugación de fingere en fingir, y esto es muy corriente: regere, regir; recurrir, de recurrere (popular recorrer, pues según el § 20 la ŭ suena o); restituĕre, restituir, etc. Otras terminaciones de voces cultas se asimilaron á las popula res, quedando intacto el cuerpo de la palabra: así - tatem se asimiló á la terminación popular -dad, y

de amabilitatem se dijo amabilidad; continuitatem, continuidad. Y aun aparte estos cambios más sencillos que sufren casi todas las voces cultas, sufren otros más profundos aquellos cultismos que se introdujeron desde muy remotos tiempos en el romance; por ejemplo: titulum debió ser importado por los doctos en fecha muy antigua, cuando aún había de regir la ley de la pérdida de la vocal postónica interna, § 261, y se llegó á pronunciar *titlo y luego *tidle, tilde; pero que, á pesar de estos cambios bastante profundos, la voz no es popular, lo prueba la vocal acentuada: si titulum no hubiera ingresado en la evolución popular ya tarde; si perteneciera al caudal primitivo de la lengua, su i breve acentuada hubiera sonado e, S II I como hallamos TETLU escrito en una inscripción española; pero este TETLU vulgar usado un tiempo por los hispanoromanos, cayó luego en olvido (que á haberse conservado hubiera producido en romance *tejo, como viejo y almeja, citados en el § 57 3) y los letrados tuvieron que importarlo de nuevo tomándolo de los libros y no de la pronunciación, por lo que la Ĭ se mantuvo como i. En igual caso que tilde están las otras voces que podemos llamar semicultas, v. g., cabildo (S III nota), molde, rolde (§ 13 1 nota), regla (§ 57 2 nota), natío que perdió la v de natīvum como las voces populares, § 43 2; pero mantiene la t contra el S 40, y á haber sido enteramente popular, hubiera resultado *nadio.

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En el estudio histórico del idioma hay que conceder muy distinta importancia á estas dos clases de voces. Como las populares hoy usadas son la última

fase evolutiva de las que componían el idioma latino vivo, merecen, por su complicado desarrollo y por formar el fondo más rico del español y su herencia patrimonial, una atención preferente; las voces cultas, en cambio, por la pobreza de su desarrollo, no ofrecen un interés tan grande para el estudio, y no hablaremos de ellas sino por nota.

4. OTROS ELEMENTOS DEL ESPAÑOL EXTRAÑOS AL LATÍN.-Además de los elementos latinos, entraron á formar parte del idioma español otros extraños y en muy diversos tiempos. Ya en el período del latín vulgar, esto es, antes de la clara aparición de los romances, se incorporaron elementos de las lenguas indígenas de España y elementos germánicos que participan, por lo tanto, de la misma evolución que las palabras vulgares; los elementos incorporados al idioma después de su período prehistórico, participan de esa mayor inmutabilidad que hemos señalado como característica de las voces cultas.

I La influencia de las lenguas ibéricas, que salvo el vasco, perecieron con la romanización de España, es muy escasa y dudosa. Hay voces que parecen indígenas, como páramo, tan peculiar de nuestra topografía, que aparece por primera vez en la inscripción votiva de una ara de Diana hallada en León, en que Tulio ofrece á la diosa la cornamenta de los ciervos que cazó IN PARAMI AEQUORE, en la llanura del páramo, en la paramera; pero aún se abrigan dudas que ésta sea voz ibérica. Se duda también, con mucha razón, de vega, de nava y de casi todas, y apenas si se tiene por segura alguna como izquierdo, análogo al vasco ezquerra, ó las de

sufijo rro, como pizarra, becerro, cazurro, guijarro, vasco eguijarria.

2] Parece que los elementos germánicos del español no proceden, en general, de la dominación visigoda en la Península, como pudiera creerse; el número de los invasores era demasiado escaso para influir gran cosa, y además los visigodos, antes de llegar á España, habían vivido dos siglos en íntimo contacto con los romanos, ora como aliados, ora como enemigos en la Dacia, en la Mesia, en Italia misma y en Galia, así que estaban muy penetrados de la cultura romana. El centenar escaso de palabras germánicas que emplea el español es, en su mayoría, de introducción más antigua: se incorporaron al latín vulgar antes de la desmembración del Imperio, y por eso se encuentran, no sólo en el español, sino también en todos los otros romances. Allá en los castros y en las colonias de las orillas del Rhin y del Danubio, el legionario romano vivía en continuo roce con los guerreros germanos que trataba, ya como adversarios, ya como auxiliares, y de este trato había de resultar una jerga fronteriza, de la cual pasaron al latín vulgar general gran porción de las 300 voces germanas comunes á las diversas lenguas romances, como tirar, tocar, ardido osado, falda, etc. Vegecio, ya en la segunda mitad del siglo IV, latiniza una, burgus: «castellum parvullum quem burgum vocant.» La mayoría de las voces de este origen son militares, como guerra, tregua, guarda, robar, ganar, albergar, guiar, guarecer, guarnecer; el vestuario y armamento de los bárbaros sustituyó, en parte, al de los romanos imponiendo los

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nombres de yelmo, guante, cofia, dardo, espuela, brida, estribo; también hay algunos nombres de instituciones políticas, como bando, sayón, y referentes á la vida y costumbres señoriales, jaca, esparver, jerifalte, galardón, arpa, danzar, orgullo, aleve, escarnio, guisar, escanciar, rostir, etc., etc.

3] La estancia de los conquistadores de lengua árabe en España durante ocho siglos no podía menos de dejar profunda huella entre los cristianos. Las relaciones políticas y matrimoniales entre las familias soberanas de ambas religiones empezaron ya en los primeros tiempos de la Reconquista, y el trato guerrero y comercial de ambos pueblos no cesó jamás. Alrededor de las huestes cristiana y mora que en la frontera vivían en continuo trato, había una turba de enaciados que hablaban las dos lenguas, gente de mala fama que hacía el oficio de mandaderos y correos entre los dos pueblos y servían de espías y prácticos al ejército que mejor les pagaba; y sin que constituyera una profesión como la de és tos, había también muchedumbre de moros latinados ó ladinos, que sabían romance, y cristianos algaraviados, que sabían árabe; los conquistadores nos hicieron admirar su organización guerrera y nos enseñaron á proteger bien la hueste con atalayas, á enviar delante de ella algaradas, á guiarla con buenos adalides, prácticos en el terreno; á ordenar bien la zaga del ejército; también mirábamos como modelo sus alcázares, adarves, almenas y la buena custodia que sabían mantener los alcaides. Pero no sólo en la guerra, sino que en la cultura general eran superiores los moros á los cristianos durante la época

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