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de esplendor del califato, así que en las institucio nes jurídicas y sociales nos parecían muchas cosas mejores, y por eso nos impusieron los nombres de alcalde, alguacil, zalmedina, almojarife, albacea, etc. En esta época de florecimiento el comercio moro nos obligaba á comprar en almacenes, alhóndigas, almonedas; todo se pesaba y medía á lo morisco por quilates, adarmes, arrobas, quintales, azumbres, almudes, cahíces, fanegas, y hasta la molienda del pan se pagaba en maquilas. Y cuando la decadencia postró á los invasores, aún nos daban oficiales y artistas diestros: de ahí los nombres de oficio alfajeme, alfayate, albardero, alfarero, albéitar, y sus albañiles ó alarifes construían las alcobas de nuestras casas, za· guanes, azoteas, alcantarillas, etc. Los moriscos ganaron fama de buenos hortelanos: de ahí los nom. bres de plantas y frutas como albaricoque, albérchigo, acelga, algarroba, altramuz; de su perfecto sistema de riegos hemos tomado acequia, aljibe, alberca, albufera, noria, azuda. Continuar estas listas sería hacer el resumen de lo mucho que nuestra cultura debe á la de los árabes.

4] Lo que el español tomó de otros idiomas extranjeros, fué ya en época más tardía y, por lo tanto, fué menos importante que lo que tomó de germanos y árabes, pues ya el idioma había terminado su período de mayor evolución y era menos accesible á influencias externas. El francés fué la lengua que más influyó; en el siglo XIII y XIV era muy conocida la literatura francesa en España; en el xv nuestros caballeros admiraban la cortesía y lujo francés, y es sabido cuánto libro de la nación vecina se lee entre

nosotros desde el siglo XVIII; así los galicismos podemos dividirlos en dos principales épocas: unos muy viejos, anteriores al siglo xvi, como paje, jardín, trinchar, manjar, bajel, sargento (anticuado sergente), jaula, (fr. geôle, de caveola, que dió en castizo español gayola), forja, reproche, etc.; y otros modernos, como petimetre (por pisaverde), coqueta (algo como casquivana, presumida), bufete (por escritorio 6 estudio), charretera, ficha, corsé (por cotilla), tupé (por copete), hotel (por fonda); sin contar otras voces menos arraigadas, como parterre (por terrero), silueta (por perfil ó sombra), soirée (por sarao ó serano), toilette (por tocado), avalancha (por alud), couplet (por copla ó tonadilla), pot-pourri (por revoltillo ó cajón de sastre), que ininteligibles para la mayoría del pueblo iletrado, y anatematizadas por los puristas, llegarán probablemente á olvidarse, como se han olvidado ya cientos de palabras que usaban los galicistas del siglo XVIII, tales como remarcable (por notable), surtout (por sobretodo), chimia (por química), coclicó (fr. coquelicot, por amapola), laqué (fr. laquais), etc.; un idioma, como un cuerpo sano, tiene facultad de eliminar las substancias extrañas no asimiladas é inútiles. Después del francés, el italiano es la lengua que más enriqueció el español; explican esto la cultura superior italiana del Renacimiento y nuestra larga dominación allá; términos de industrias y artes: fachada, escorzo, carroza, medalla, soneto, terceto, piano, barcarola, etc.; milicia: escopeta, baqueta, centinela, alerta, bisoño, parapeto, etc.; comercio: banca, fragata, galeaza, piloto; diversos: estropear, aspaviento, saltimbanqui, charlatán, espada

chín, sofión, gaceta. Del alemán y el inglés son pocas las voces introducidas en el español.

5] Más interesantes para el estudio histórico son las palabras que el español tomó de otras lenguas modernas de la Península. Del gallego-portugués tomó palabras desde muy antiguo, pues la poesía lírica en lengua gallega fué cultivada por los poetas castellanos en los siglos XIII á xv; y viceversa los poetas portugueses de los siglos XVI y xvii escribían en castellano; por ej., son gallegas 6 portuguesas de origen morriña, macho (contracción de mulacho), folla· da, sarao (cuya forma castellana serano se usa en Sanabria), chubasco, achantarse, vigía, chumacera, payo (contracción de Pelayo, tomado como nombre rústico), Lisboa (en vez del anticuado Lisbona), portugués (en vez del anticuado portugalés). Del catalán ó valenciano, retor, paella (en vez del castellano padilla); pleita de plecta (que en cast. hubiera dado *plecha, § 50); seo, nao (§ 76 n. 2); capicúa (voz que aunque no está en el Diccionario se usa entre los jugadores de dominó para indicar una jugada). También las otras hablas de España más afines al castellano y que se fundieron al fin con él para formar la lengua literaria, dieron á ésta muchísimas palabras; pero son difíciles de reconocer, pues como estos dialectos afines tienen la mayoría de sus leyes fonéticas comunes con el castellano, no llevan sus palabras sello de evolución especial. Por ejemplo: el vallesoletano Cristóbal de Villalón tiene por voces de las montañas, propias de los que no saben castellano, las de masera por artesa, ó peñera por cedazo, y en efecto, esas dos son voces muy usadas en Astu

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rias y León, pero que para su derivación de massa, *massaria, y de penna, *pennaria, siguieron iguales leyes que las del castellano, las mismas que expondremos en los capítulos II y II! de este Manual (§ 92 para la terminación era, § 49 1 y 3 para la doble ss y nn). Los casos en que siguen leyes fonéticas algo diferentes son raros; podemos creer leonesas la voz cobra, cobre, «reata,» de copula, pues en leonés los grupos cuya segunda consonante es una l la truecan en r contra el § 39 2, 48, 571, y dice: brando, prata, niebra, puebro, sigro; también es leonesa nalga (§ 603); y podemos asegurar que es aragonés el sustantivo fuellar, de *fŏliare (por fo liaceus, derivado de fŏlia), pues este dialecto diptonga la Ŏ aun cuando le siga una yod, y dice nueite por noche, huey por hoy, contra el § 133, y en vez de la j castellana usa la ll en fuella por hoja, ovella por oveja, etc.; son de origen andaluz jamelgo, jaca, jalear, cañajelga, por revelar una pronunciación andaluza de la ƒ etimológica, que se opone á la ley general del § 38 2.

6] En fin, el descubrimiento y colonización de América puso al español en contacto con la muchedumbre de lenguas del Nuevo Mundo. Claro es que por su inferior desarrollo respecto del español y por su mucha variedad, las lenguas americanas no pudieron resistir la invasión de la española. Esta se propagó con relativa facilidad, pero sin destruir por completo los idiomas indígenas, y claro es que los productos naturales, la fauna, los utensilios y las costumbres de las tierras recién descubiertas influyeron demasiado profundamente en el comercio

y la vida, no sólo de España, sino de Europa entera, para que no se importaran con los objetos multitud de nombres americanos. El primer pueblo con que tropezaron los descubridores fué el de los caribes del mar de las Antillas, y esto explica el que á pesar de su barbarie, superior á la de otras razas americanas, ellos hayan enseñado á los españoles muchos de sus vocablos, que no fueron después sustituídos por los propios de pueblos más cultos, como los aztecas y los incas; de origen caribe son las primeras voces americanas que circularon en España, y las más arraigadas como canoa (ya acogida por Nebrija en su Diccionario en 1493), huracán, sabána, cacique, maíz, ceiba, colibrí, guacamayo, nigua. Méjico, por la gran importancia que los aztecas tenían en la época del descubrimiento, dió también muchas voces: tomate, chocolate, cacahuete, cacao, aguacate, jícara, petaca, petate. Más palabras dió el quichua hablado en el Imperio inca; los destructores de este Imperio tomaron allí gran porción de nombres, como cóndor, jaguar, alpaca, vicuña, loro, pampa, chacra, papa, tuna, y las propagaron por toda América y por España. Estas son las tres principales procedencias de los americanismos; las demás tribus indígenas menudas no estaban en condiciones de influir, y alguna familia muy importante, como la guaraní, que se extendía desde el Plata al Orinoco, fué explorada ya demasiado tarde para imponer muchos nombres de uso general.

No podemos estudiar despacio todos estos elementos que contribuyeron á la formación del vocabulario español; sólo será objeto de nuestra atención prefe

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